Querida paloma, ¿De dónde, de dónde vuelas? ¿De dónde, corriendo sobre el aire, derramas y destilas tantos perfumes? ¿Quién eres? ¿Qué te da cuidado? Anacreonte me envió a un niño, a Batilo —al que manda siempre en todos, y al tirano. Citerea me vendió habiendo tomado un pequeño himno, y yo sirvo en todo esto a Anacreonte, y ahora ya ves que llevo sus cartas, y dice haber de hacer a mí muy pronto libre, y yo en verdad, aunque me dé suelta, permaneceré esclava junto a él, pues ¿qué importa a mí volar por montes y campos y posarme en los árboles habiendo comido algo salvaje? Entre tanto ahora, en verdad, como, habiendo arrebatado el pan de las manos del mismo Anacreonte, y da a beber a mí el vino que bebe antes. Habiendo bebido, bailaré, y ocultaré a mi señor con mis alas. Habiéndome posado sobre la misma lira dormiré. Ahí lo tienes todo, hombre: acércate: me has hecho más habladora que una corneja. |